
En el corazón del reparto residencial Riviera, entre la quinta y la sexta, número 10, se respira un aroma a pan fresco que es sinónimo de perseverancia, creatividad y comunidad.
Así comienza la historia de una panadería que luego se convirtió en una empresa de servicios constituida el 14 de febrero de 2024, un proyecto joven, pero ya imprescindible para decenas de familias de Santa Clara, Villa Clara.
Desde el primer día, el objetivo fue claro: acercar un servicio completo de panadería y dulcería a un barrio que lo necesitaba. No solo se hornea aquí pan, galletas tradicionales, crujientes galletas de estufa y panetelas rellenas.
También se modela a diario el sabor local con croquetas, hamburguesas mixtas y exquisitas propuestas de dulcería—desde cakes clásicos y todo tipo de masas de hojaldre como palmeras, cangrejos, señorita y los infaltables matrimonios.
Su fundadora, Yanaisy Chaviano Linares, apasionada de la cocina, lo tenía claro: “Me gusta inventar, crear fórmulas nuevas. Cada producto lleva mi sello y trato de que todo esté a mi gusto, para que también encante al cliente”.
Esa filosofía se nota. Cada día, la demanda supera las expectativas: el pan y las galletas “vuelan”, pero los dulces han abierto terreno y hoy son parte esencial de la oferta, añadió.
No todo ha sido fácil, confiesa Yanaisy. “El reto más grande ha sido el capital: en una ocasión pedimos un crédito comercial de cinco millones de pesos apenas arrancamos, pero el precio de la harina bajó justo después de comprar un gran lote. Perdimos dinero, pero ganamos experiencia. Así es el emprendimiento: no hay errores, hay resultados distintos”.
Sobre la cantidad de trabajadores que aún tienen, explicó que su plantilla suma 23. El equipo clave de una producción artesanal que aspira a modernizarse pese a limitaciones tecnológicas.
“La panadería aún carece de equipos de última generación, pero la inversión se enfoca en lo imprescindible: materia prima y cierta infraestructura”, señaló.
Una inquietud permanente dijo, es incorporar paneles solares: “en cuanto el flujo eléctrico falla, la comunidad lo siente… estamos evaluando invertir en energía solar para garantizar el servicio”.
Otro de los orgullos de la empresa, expresó Yanaisy, es su apuesta por la sustitución local: una pequeña fábrica propia produce melaza para el pan, disminuyendo la dependencia del azúcar comercial.
Además, adelantó que investigan cómo ampliar el uso de harinas alternativas, como la de sorgo, ideal para diabéticos y para diversificar la dieta, siempre pensando en una repostería más saludable.
El vínculo con los vecinos es profundo: “Nos extrañan cuando nos falta algún producto; sugieren, apoyan, proponen. Nuestro éxito es también de ellos”.
En medio de los desafíos de operar lejos de La Habana, la panadería lleva orgullo y calidad al centro de Cuba, demostrando que la excelencia gastronómica no es monopolio de las grandes ciudades.
El futuro se dibuja con optimismo, sobre todo para las mujeres emprendedoras: “Hay mucho por aprender—de otras, de lo vivido, de los errores—pero cada paso cuenta. Quiero dejar un legado a mis hijos, y asegurar que este negocio les sirva como ejemplo y oportunidad”.
Mientras la etiqueta de cada producto espera perfeccionarse y la logística mejora poco a poco, esta panadería sigue horneando esperanza. En cada hogaza, en cada dulce, hay una historia de amor, desafío y comunidad. Porque en Santa Clara, el buen pan es también un acto de voluntad. Y en esta esquina, la panadería lo demuestra cada día.