Cuando se dan las voces de Luces, Cámara, Acción, podría pensarse que todo es perfecto, que cada cosa está resuelta; y en un mundo ideal debería ser así. Pero, cuando se está grabando un corto, un documental o una película, el descanso es un lujo y adelantarse a los problemas una virtud. Hacer un audiovisual no es coser y cantar, especialmente si las condiciones externas entran en disputa con tu creatividad e ideas.
Los pasos son simples, aunque largos, para conseguir el resultado final. La verdadera dificultad no yace en el rodaje mismo, o al menos no aquí en Cuba, sino en cómo llegar a que ese rodaje arranque satisfactoriamente. Según Marta María Ramírez, miembro del equipo del polémico filme Quiero hacer una película, de Yimit Ramírez, “hacer cine independiente en cualquier país es difícil. Hacer cine independiente en Cuba es una aventura quijotesca. Una locura”.
Esta sentencia si bien puede sonar graciosa u osada, no carece de veracidad. En Cuba hay dos mundos, o dos modos para hacer cine: a través del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) o de forma independiente. Como diríamos en buen cubano, con los indios o con los cowboys. La cualidad del cine de ser un arte colectivo y además una industria vuelve las cosas más complejas de lo normal porque no estamos hablando de un pintor, su lienzo y pinceles, o de un músico con una melodía en la cabeza. Aquí, por pequeño que sea el proyecto, siempre habrá un gran equipo detrás.
Parece bastante irrisorio que la producción de cine en Cuba sea ahora un tema de lucha, cuando aquí ha existido una tradición cinematográfica muy importante. Sin embargo, se ha perdido la fuerza que tenía el cine cubano en sus espacios nacional e internacional, así como la idea de este arte como representación del país.
La joven productora Claudia Calviño, quien engrosa las páginas de esta edición, considera que “desde la oficialidad hay una mirada hacia el cine cubano como un espacio solo de crítica, como un arte interesado en mostrar únicamente las miserias y los problemas de Cuba; y desde ese punto de vista la imagen hacia el cine cubano es muy peyorativa, en especial hacia el cine que se hace de manera independiente”.
Da igual si hablamos de las primeras experiencias o de la afiliación a una productora con carrera, cada proyecto tiene sus dificultades. Conseguir los permisos de filmación para materiales audiovisuales independientes en Cuba es complejo porque no existe una figura legal que los ampare, y lo mismo sucede con las casas que rentan el equipamiento que se emplea durante los rodajes. Ahí está la espina y no tanto en la ejecución artística de la obra, porque gente capaz y talentosa, formada en escuelas de arte o en la práctica es lo que abunda.
Aunque puede que el escenario para los productores independientes en Cuba cambie favorablemente en un tiempo cercano, la situación de “alegalidad” que los rodea es francamente frustrante y se acumula en la lista de los tantos emprendedores y cuentapropistas que viven hoy en la isla.
Recientemente se ha discutido sobre una serie de necesidades, cambios y regulaciones que necesita el cine cubano para revivir, reformarse y estar más a tono con las dinámicas en las que se desenvuelve este sector a nivel internacional. La dirección del país, junto a otras instituciones y el Icaic, trabajan en una serie de pasos necesarios para que el cine tenga un respaldo y funcione más acorde al desarrollo actual del cine en Cuba y en el mundo.
Para el cine nacional uno de los verdaderos problemas es el financiamiento. Existe la producción que realiza el Icaic, pero los independientes no tienen acceso a ese monto que el Estado destina para tal fin. Al respecto, Claudia Calviño también apunta la necesidad de contar con fondos de fomento, como sucede en muchos países de América Latina, mecanismos a través de los cuales se propicia la producción, distribución y existencia de un cine nacional.
“No tenemos empresas privadas que apoyen a manera de inversión las películas. Tampoco esas inversiones podrían tener ningún tipo de beneficios como existen en otros lugares. Si esta posibilidad existiera, realmente apoyaría el tema financiamiento, ya sea público o privado, para el cine”, apuntó Claudia.
Incluso la actriz Isabel Santos, quien hace poco tiempo daba el salto a la dirección de documental, refería que “hacer cine es muy divertido pero es muy caro. Los hombres han hecho más carrera por lo general, y un productor cubano o extranjero siempre apostará por lo seguro, por quien tiene una carrera hecha y no por alguien que empieza a probarse como Marilyn (Solaya)”.
Otra joven productora cubana, Amalia Rojas, lleva casi seis meses intentando empezar una película independiente y “no logro viabilizar todo el tema de los permisos de filmación, porque los tienes que conseguir a través de alguna institución. La Asociación Cubana del Audiovisual ha ayudado muchísimo a conseguir ese tipo de permisos, pero siempre es un camino complejo y lleno de escaramuzas el que deben enfrentar los productores”.
La situación es clara en cuanto a su ser, pero turbia en su proceder. Nuestro cine siempre atrae a miles de espectadores durante los festivales celebrados en La Habana y relegarlo a una producción (estatal) por año, contando con tantas productoras independientes es constreñir el arte a un mero capricho burocrático.
Es en el cine donde, en muchos casos, se ha profundizado realmente y se han mostrado los matices y las complejidades de Cuba, de su sociedad, de la vida y la forma de ser de los cubanos. Solo el cine, nuestro cine, ha tenido esa capacidad de complejizar y tratar de entender este país en todas sus aristas.
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