El secreto de la felicidad en la oficina no es trabajar menos, sino preocuparse menos
Vivimos en una era de “trabajo total“. Esta es una frase acuñada por el filósofo alemán Josef Pieper después de la Segunda Guerra Mundial, que describe el proceso mediante el cual los seres humanos se transforman en trabajadores y luego la totalidad de la vida se transforma en trabajo. El trabajo se vuelve total cuando toda la vida humana está centrada alrededor de él; cuando todo lo demás no solo está subordinado al trabajo, sino a su servicio. El ocio, la festividad y el juego empiezan a parecerse al trabajo, y se terminan convirtiendo en él.
Incluso nuestros hábitos circulares se vuelven parte del trabajo total. Las personas hacen ejercicio, descansan, se relajan y cuidan su salud en aras de convertirse en más productivas. Creemos que debemos trabajar en nosotros, así como en nuestras relaciones. Pensamos nuestros días libres en términos de las cosas que debemos llevar a cabo. Y consideramos que un buen día es un día en el que fuimos productivos.
Pero preocuparnos tanto por el trabajo nos está causando un sufrimiento innecesario. En mi papel de filósofo práctico, hablo diariamente con personas, desde Silicon Valley hasta Escandinavia, acerca de sus obsesiones con el trabajo —obsesiones que, según ellas mismas admiten, las hacen miserables. Sin embargo, suponen que el trabajo es algo por lo que vale la pena preocuparse debido a los logros y recompensas que proporciona; por lo cuál debe ser el centro de sus vidas.
La solución a nuestro estado de exceso de trabajo no es hacer menos, sino preocuparse menos.
Creo que esta es una base poco sólida sobre la cual basar nuestras vidas. La solución a nuestro estado de exceso de trabajo no es hacer menos, sino preocuparse menos.
Hay muchas maneras de entrenarse para preocuparse menos por el trabajo. Claro que podría llegar a ser una persona completamente indiferente y no preocuparse por nada, o desarrollar una aversión por el trabajo que se revele en un aplazamiento extremo. Sin embargo, ambos enfoques nos dejan atascados en un ciclo de aversión y sentimiento de profunda insatisfacción. La mejor opción es preocuparse menos por el trabajo para preocupamos más por otras cosas.
La mayoría de nosotros hemos tenido experiencias significativas: encontrar inesperadamente el amor, sentirnos intimidados por una pregunta, que rápidamente descartamos como momentos pasajeros, o que se convierten en episodios nostálgicos que de vez en cuando recordamos con melancolía. Pero estas experiencias son pistas que revelan una lente diferente a través de la cual podemos ver la vida: las cosas más importantes son las que nos sacan del interminable deseo de “ser útiles” mientras nos perdemos en el fluir del tiempo.
Si nos preocuparnos menos por el trabajo, nos abrimos a interesarnos más por otros aspectos de la vida, los que realmente importan. Pero es más fácil decirlo, o escribirlo en una lista de tareas pendientes, que hacerlo.
Cómo preocuparse menos por el trabajo
Para empezar, necesitamos estar menos apegados a nuestra noción sobre el trabajo. Buda sugiere que hay “tres venenos” en la raíz de nuestros apegos: atracción, aversión e indiferencia. En este caso, para sentirse menos atraídos y, por lo tanto, menos pendientes por nuestra idea de éxito profesional, hay que ver cómo las personas que ocupan posiciones de poder suelen excederse, sobrepasadas por exigencias infinitas y ambiciones hercúleas. Rara vez logran tener vidas plenas o bien ordenadas. El costo de su esfuerzo por lograr el éxito es un sufrimiento que no se expresa, la soledad y la pérdida de otras cosas de las que vale la pena ocuparse. Si el éxito profesional suele provocar miseria, ¿por qué se tiene en tan alta estima?
Una vez que haya diferenciado la idea de éxito de la de felicidad, debe averiguar cómo encontrar esa satisfacción sin tener que lograr un objetivo. Este ejercicio nos lleva a la famosa frase de Oscar Wilde: “Todo arte es completamente inútil”. Si tomamos las palabras de Wilde, podemos refutar la afirmación del trabajo total de que solo las cosas útiles son valiosas y considerar cómo podemos realizar experimentos fascinantes, pero totalmente inútiles, en nuestras propias vidas.
Por ejemplo, podríamos participar en el “arte de la itinerancia” sin un objetivo o plan. Esta es una idea del teórico francés Guy Debord, quien propuso que nos dejáramos “arrastrar por las atracciones del terreno” y las cosas que descubrimos en nuestro camino. Alternativamente, podríamos escribir un haiku, caminar por los bosques con el espíritu de los “baños de bosque” (shinrin-yoku) o quedarnos totalmente inmóviles en un bote a remo en movimiento, como dice el filósofo Jean-Jacques Rousseau del siglo XVIII en Sueños de un paseante solitario. Podríamos participar con otros en los juegos de escape, sumergirnos en tanques de aislamiento sensorial o en la práctica de la caligrafía, un arte que el maestro calígrafo Kazuaki Tanahashi llama “brush mind“. De esta forma, podemos sumergirnos en la vida con todos nuestros sentidos mientras dejamos en espera el zumbido permanente de nuestras ruidosas preocupaciones laborales.
Una vez que tengamos la capacidad de aceptar la idea de que ciertas cosas en la vida son maravillosas porque no están enfocadas en estar por encima, dentro o delante de algo, podemos dirigir nuestra atención hacia nosotros mismos, e indagar en nuestras propias vidas. La gran perspicacia de Sócrates en sus conversaciones incluía demostrarles a sus compañeros, que creían conocerse a sí mismos que, en realidad, no era así.
Siguiendo el ejemplo de Sócrates, podemos preguntarnos: “Si no soy un trabajador, ¿quién soy?” Deje que esta pregunta descanse en el fondo de su mente durante unas semanas antes de tratar de responder. “¿Quién soy?”, podría preguntarse mientras está atascado en el trabajo. “¿Quién soy?”, podría pensar mientras nota cómo sus pensamientos se inclinan una vez más hacia la realización de tareas, la planificación, la elaboración de estrategias y la creación de listas de tareas pendientes. “¿Esto es lo que soy? ¿Esto es todo lo que soy?” Esta pregunta filosófica, planteada una y otra vez, tiene la intención de suscitar grandes dudas sobre usted mismo, incitándole a despertar sus más profundas ambiciones, por qué y para qué estamos aquí.
Si su destino no es dedicarse al trabajo total, ¿cuál podría ser?
Exasperado, un personaje en Candide de Voltaire dice: “Dejémonos de filosofar y pongamos manos a la obra”. Qué pérdida de tiempo, parece estar diciendo —y tal vez usted está pensando lo mismo.
Podríamos, por supuesto, seguir el consejo de Voltaire y evitarnos los problemas. O podríamos insistir en trabajar menos sin preocuparnos menos por el trabajo. O podríamos buscar un gurú de gestión del tiempo que nos permita continuar un régimen de trabajo total aplicando técnicas de ahorro de tiempo. Pero, ¿no son estos enfoques un poco más de lo mismo: el trabajo total en acción? Si la solución a su ansiedad es evitar los problemas, relajarse un poco o trabajar con más eficiencia, algún día se arrepentirá trágicamente de que el tiempo de percibir la vida mientras pasa ya terminó para usted.
Ejercicios como estos nos llevan más allá del mundo del trabajo total y nos ayudan a recordar por qué estamos aquí. Nos permiten deshacernos de nuestras preocupaciones, ansiedades, irritaciones y ocupaciones. Si nos preocupamos un poco menos por el trabajo, podemos darnos el lujo de experimentar lo que es verdaderamente significativo y descansar por un tiempo percibiendo solo el presente.