Aunque Álvaro Fonseca Méndez evita calificarlo como negocio o emprendimiento, palabras que, según él, le quedan grandes, no hay nada que más se le parezca: dedica a la confección y al decorado de vasos artesanales casi todas sus energías diarias, un empeño que inició “por amor al arte”, pero que ya ha comenzado a reportarle ganancias.
No todas las que pudiera, es cierto, porque despegar desde el municipio de Cacocum, en el Holguín profundo, no es lo mismo que despegar desde el Vedado de La Habana; no obstante, en aquel paraje casi olvidado del Oriente cubano este joven de apenas 21 años se ha venido agenciando una bien ganada fama por el excelente acabado de sus vasos artesanales.
Todo empezó hace algunos años, cuando su papá y él decidieron aventurarse a este oficio que tiene también mucho de habilidad manual. Su papá picaba botellas, las lijaba, daba forma al vidrio, mientras Álvaro dibujaba, sobre todo, motivos florales.
Luego se decidió a pintar dibujos animados, princesas Disney… todo lo que encargaran los clientes que, también poco a poco, fueron llegando.
Los rasgos temblorosos de los inicios —por la falta de pericia y de los pigmentos y pinceles adecuados— fueron dando paso a líneas firmes, colores vivos y formas tan bien logradas que no pocos seguidores han confundido los diseños de Álvaro con calcomanías estampadas en los vasos.
“Los pinto completamente a mano, con un pincel fino de los que usan las manicuris —confiesa este guajirito noble que estaba predestinado a las artes plásticas—. Me lo tomo tan en serio que puedo pasarme hasta seis horas pintando un solo vaso”.
De sus habilidades se habían percatado ya las instructoras de la Casa de Cultura que visitaban su escuela primaria, quienes querían becarlo en instituciones de la enseñanza artística de la capital provincial; pero su madre, preocupada por las recurrentes crisis de asma del niño y su delicado estado de salud durante buena parte de su infancia, prefirió mantenerlo en casa. Ya habría tiempo para las artes plásticas.
Y razón tenía: el talento de Álvaro no solo se perfeccionaría con los años, sino que también se convertiría en una vía de sustento, un negocio aún en ciernes que le permite ir ganando lo que él mismo califica como “el diario”.
En su estrategia de marketing tiene solo dos armas infalibles: la recomendación de los clientes satisfechos que esparcen el rumor varios kilómetros a la redonda y, desde hace apenas unos meses, la publicación de sus creaciones en redes sociales, una práctica que lo ha sacado del anonimato y ha multiplicado exponencialmente el alcance de sus obras.
“Ya tengo peticiones de emprendedores de otras provincias que solicitan mis vasos para sus tiendas de regalos y de manualidades —explica—, eso me compromete a seguir perfeccionando mis habilidades y a innovar para no quedarme estancado”.
Esa es precisamente la aspiración de Álvaro a corto plazo, llevar sus productos hasta otros territorios y darse a conocer como en realidad es: un joven con aptitudes para la pintura que ha hecho de los vasos decorados su sello de identidad y, a la vez, su negocio a pequeña escala.