Los alimentos y la “mentalidad importadora”

Cuba viene atravesando una difícil situación económica desde aproximadamente, noviembre de 2018. Los ciudadanos han constatado los rigores de este nuevo “período”, a partir de la escasez de productos esenciales, incluyendo alimentos como pan, aceite, pollo, huevos y embutidos. La disponibilidad de carne de cerdo también ha estado comprometida, debido a la disminución de su producción y el aumento de la demanda, derivada de la escasa presencia de productos similares. 

La explicación a todo esto se ha asociado a una menor importación de productos y materias primas para la producción de alimento animal en el patio. Los problemas en la importación y la escasez no son nuevos en el entorno cubano. En general, lo que hace saltar las alarmas es la gravedad de la situación, pues siempre aunque en distinto grado, se ha convivido con una baja disponibilidad de bienes. Esta vez, se ha argumentado que los problemas financieros externos (asociados a la crisis venezolana y las sanciones de EE.UU) y la “mentalidad importadora” son responsables de la coyuntura actual. Habría que reconocer también que las relaciones con Brasil han descendido a su nivel más bajo en décadas, y esta nación era un proveedor clave de alimentos al país.   

Llama la atención la cuestión de la “mentalidad importadora”. Entre las soluciones en las que se ha avanzado, está la negociación de proyectos con capital extranjero, para la producción de carne de cerdo y pollo en la Isla.  Conviene recordar que la decisión de cesar la avicultura de carne, la tomó el gobierno cubano a principios de la década del 2000. Se dijo, que costaba más producirla que importarla. La carne de cerdo despegó en la medida en que se crearon los esquemas de asociación con los productores privados, en los que se suministra una parte de los alimentos por parte del gobierno, mientras, se compra la carne a un precio que refleja el equilibrio entre costos y retornos esperados.

Ahora se habla de inversión extranjera. En uno y otro caso, se repite el patrón de buscar soluciones fuera del país, para problemas relativamente sencillos como producir carne de cerdo o pollo. 

En Cuba hay ciencia agropecuaria suficiente para impulsar la sustitución de alimento importado por materias primas domésticas, en un alto grado. También existe el capital inicial para expandir la producción en ambos renglones. Lo que no existe es el marco de políticas que permita que los productores privados puedan prosperar. Por supuesto, para ello se requiere comenzar y sostener el ciclo de acumulación en un entorno de formación de precios adecuado, que tome en cuenta los costos reales de producción y la demanda, junto a un reconocimiento justo del trabajo realizado por los productores.

En la medida en que el volumen de producción aumenta y se premia a los más eficientes, la acumulación permite adoptar nuevas tecnologías, cuando estas se alineen con las condiciones y requerimientos del mercado cubano. En ese esquema, si el Estado quiere garantizar la presencia del producto a un precio más bajo que el de mercado, puede hacer compras masivas para moderar aquel, o actuar como intermediario para venderle a precios subsidiados a determinados segmentos. De todas formas, en la actualidad se gastan grandes cantidades de recursos que van a parar a productores foráneos a través de las importaciones. 

La opción de la inversión extranjera resulta atractiva para muchos funcionarios. A primera vista permite dar un salto en la adquisición de tecnología, en la disponibilidad de capital inicial y supuestamente en los resultados productivos. Los problemas vienen después.

En la medida en que una parte de esa producción se vende en el mercado doméstico, los dividendos a la parte extranjera deben ser pagados en divisas, lo que constituirá una presión permanente en la balanza de pagos. Si se amortigua a través de dedicar una parte sustancial de la producción a la exportación, el alivio en la oferta doméstica es mucho menor. Todo ello, porque se parte de la noción de que el sector privado doméstico es de calidad inferior, incapaz de ofrecer una respuesta productiva a tono con las necesidades. En definitiva, importaciones o capital extranjero, no cambian demasiado la ecuación.

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