Hoy les compartiré una historia muy personal. Quiero hablarles sobre los primeros pasos de Artprint, la empresa de personalización de artículos publicitarios que inicié con mi esposa, cuando teníamos apenas 21 años y todavía estábamos en la universidad.
Iniciar un emprendimiento es como lanzarse al vacío con una red que tú mismo estás tejiendo en plena caída. No sabíamos cómo funcionaba todo, carecíamos de experiencia en el mundo empresarial, y, para ser honestos, éramos jóvenes y soñadores. Pero eso es lo maravilloso del emprendimiento, no necesitas tener todas las respuestas desde el comienzo. Lo que sí necesitas, es la valentía para aprender en el camino, la capacidad de adaptarte y, sobre todo, la resistencia para levantarte después de cada caída.
En nuestros inicios, cometimos errores que hoy, con la perspectiva del tiempo, nos parecen evidentes, incluso cómicos. Recuerdo una vez que realizamos una orden de pullovers para una empresa, y cuando llegaron los clientes nos percatamos que habíamos impreso el diseño de la manera incorrecta. Donde nosotros veíamos agua, había una C que debía quedar totalmente perpendicular y nosotros la colocamos mal.
En otra ocasión, produjimos unas banderas para un negocio de kitesurf que, por desconocimiento, imprimimos con una técnica que no era la adecuada para estar cerca del mar, por lo que al poco tiempo empezaron a perder color.
Errores como estos nos costaron caro. Perdimos dinero, perdimos clientes y, en ciertos momentos, estuvimos al borde de perder la fe en nuestro proyecto. Pero no nos rendimos. En lugar de eso, decidimos aprender de nuestros fracasos.
¿Cómo nos adaptamos? Primero, priorizamos la formación y capacitación, tanto en el aspecto técnico como en el empresarial. Comprendimos que debíamos conocer a fondo el proceso de producción y los detalles que garantizan un resultado de calidad. Además, aprovechamos la experiencia sobre gestión empresarial de mi padre, que se incorporó posteriormente, mientras mi esposa y yo íbamos aprendiendo en nuestras carreras sobre marketing, finanzas, y atención al cliente.
Segundo, implementamos un control de calidad riguroso en cada etapa del proceso. Antes que cualquier producto saliera de nuestras manos, debía pasar por una revisión exhaustiva.
Tercero, desarrollamos una cultura de comunicación abierta con nuestros clientes. Nos aseguramos de entender exactamente lo que querían y les manteníamos informados sobre el progreso de su pedido. Y, cuando algo salía mal, les decíamos la verdad y trabajábamos juntos para encontrar una solución.
En Artprint, cada error fue una lección, cada tropiezo una oportunidad para crecer. No fue un camino fácil, pero cada paso valió la pena. Hoy, miramos hacia atrás y nos sentimos orgullosos de lo que hemos logrado. Pero también agradecemos esos momentos de dificultad porque nos moldearon y nos convirtieron en los emprendedores que somos hoy.
La moraleja de esta historia, queridos Negolutionarios, es que, en el mundo del emprendimiento, las experiencias de fracaso son tan valiosas como las de éxito.
El fracaso nos proporciona las lecciones más duraderas y profundas. Nos enseña la humildad, la paciencia y la perseverancia. Nos insta a cuestionarnos, a replantear nuestras estrategias y a encontrar nuevas formas de abordar los desafíos. El fracaso no es el fin del camino. Al contrario, es una oportunidad invaluable para aprender, crecer y fortalecer tu emprendimiento. No te desanimes ante los errores, utilízalos como trampolín para alcanzar mayores alturas. Y recuerda, no estás solo en este viaje. Somos una comunidad de y juntos, podemos superar cualquier obstáculo.