A la luz de las velas artesanales

La idea comenzó, como tantos otros emprendimientos cubanos, durante el encierro provocado por la pandemia de Covid-19: sin trabajo y al borde de la depresión, Lisandra Castillo derritió unas velas de parafina que había comprado, les dio nuevas formas y subió las fotos a sus estados de WhatsApp. Una amiga le preguntó cuánto costaban, y solo entonces la joven licenciada en Comunicación Social se percató de que allí había un nicho de mercado.

Pero no fue hasta que maduró el nombre del proyecto que decidió arrancar de cero. “Tenía que ser un nombre de mujer, corto, que significara todo lo que quería para mi negocio de las velas, que siempre he visto como algo delicado, hermoso —explica Lisandra—. La prueba de que conseguí el impacto que buscaba con el branding es que las personas han comenzado a llamarme Lucy”.

Dos años después de aquel inicio incierto, Lucy’s luz se ha consolidado en la ciudad de Santiago de Cuba como un espacio virtual y físico donde no solo acceder a velas de alta calidad estética, sino también a toda una filosofía de vida enfocada en crear ambientes propicios para la paz y la estabilidad mental.

“Crear sensaciones, evocar momentos, compartir historias a través de las fragancias y el acabado de las velas y de los nombres de cada una de ellas y de las diferentes colecciones que van naciendo a lo largo del año…, esas son las mayores motivaciones de este emprendimiento que está dedicado a los amantes de la decoración de interiores, de la belleza, de lo útil y lo hermoso”, sostiene.

En materia de comunicación y promoción de su negocio es una experta, pero sobre la confección de velas artesanales no sabía absolutamente nada cuando abrió Lucy’s luz. Todo lo fue aprendiendo de a poco: en tutoriales de YouTube, cursos online, el feedback de clientes y amigos, en lo que ella llama un proceso constante de ensayo-error.

En estos años de perfeccionamiento progresivo, algo tiene claro: solo confecciona sus velas con cera de abejas, porque la parafina viene del petróleo y ella ha apostado por un negocio amigable con el medio ambiente, que no dañe el sistema respiratorio. Lo difícil es garantizar la materia prima para sostener la producción continua.

“El acceso a la cera es complicado, tengo que viajar entre provincias porque no es una materia prima accesible para la comercialización. Voy encontrando poquitos que los apicultores me quieran vender, o en Mipymes que comercializan este producto a precios elevados —describe—. Quisiera concertar un contrato con Apicuba en Santiago para poder comprarle a ellos directamente la cera de abejas.

“Lo demás que necesito para elaborar mis velas es importado: las micas de polvo para los pigmentos, los moldes de silicona, las cintas, la paquetería, los brillos, los pabilos, las ceras de mechas de algodón… todo, así que es un reto diario, porque no hay mecanismos creados que lo faciliten. Hacer crecer el negocio en esas condiciones es complejo”.

Complejo, pero lograble. Allí están, para ratificarlo, las velas de Lucy’s luz en su primera tienda física, que consiguió abrir este año en el Reparto Vista Alegre, de Santiago, y en Matty Habana, un exitoso bazar en San Ignacio, La Habana Vieja; que marcó un punto de inflexión en la historia del emprendimiento, al darle visibilidad nacional y abrir la marca a nuevos públicos.

Desde entonces ha aumentado exponencialmente la presencia de Lucy’s luz en los medios de comunicación y en ferias como Expo Caribe 2023, donde Lisandra ratificó lo que ya sospechaba desde antes: para que un negocio crezca, debe concretar alianzas.

“Un emprendimiento no puede avanzar solo, tiene que ir de la mano con otros que puedan compartirle experiencias para aprender mutuamente, ampliar la cartera de productos y su visión del mundo”, asegura, y para probar que sus principios no se quedan en abstracto, comparte con Negolution uno de sus más recientes proyectos, en colaboración con otros negocios privados de La Habana.

“Queremos extendernos a la comunidad para ayudar en materia de salud mental a mujeres de más de 30 años, que han pasado crisis de ansiedad, de no poder lograr objetivos, que están sufriendo la soledad provocada por el éxodo o por envejecimiento poblacional. Estamos viendo cómo, a través de lo natural, las manualidades, las artesanías, se puede apoyar a estas personas”.

En un momento tan complejo, cuando los cubanos se desvelan por necesidades más básicas, ¿qué tipo de público compra los productos de Lucy’s luz?

“Es cierto que no son precios asequibles al cubano de a pie, pero creo que hasta ahora he logrado crear mi propio nicho de mercado. Yo no estoy vendiendo una necesidad, estoy vendiendo algo más allá de lo físico, de lo material, algo que sana emocional y mentalmente. A la hora de nombrar las velas, de crear historias alrededor de ellas, de lograr un acabado elegante, creo que me he colado en ese espacio que las personas, a pesar de las necesidades y la búsqueda constante de cosas apremiantes en un país como el nuestro, reservan para hacer su hogar más positivo”.

¿Qué nuevos proyectos tiene entre manos Lucy’s luz?

“Sueño con concretar un taller, un espacio grande que yo pueda decorar y donde me sienta a gusto trabajando y donde pueda capacitar a dos o tres personas para que me ayuden a ampliar la producción de velas, que hasta ahora fabrico solo yo. Pretendo también firmar el contrato con Apicuba, que tanto necesito para la estabilidad con la materia prima, y crear una línea 100 por ciento cubana, muy de Lucy, dedicada a la memoria histórica de la ciudad, porque descubrí que en Santiago hubo una compañía que llegó a exportar velas y quiero rescatar ese legado”, concluye.

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