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El Parqueo le devuelve a Cuba la tradición del cine al aire libre
De Noticias
Por Lorena Pérez Méndez
Es apenas un parqueo de los cientos que hay desperdigados por toda La Habana, un espacio poblado de carros, motorinas y bicicletas durante el día y completamente mudo en las noches. Sin embargo, desde hace meses el parqueo de La Puntilla, en Miramar, es también un escenario que se va llenando de familias los sábados al oscurecer. Hombres, mujeres, niños, jóvenes… se acomodan en el suelo y disfrutan durante dos horas del cine al aire libre, una tradición que en Cuba parecía olvidada.
La pared de un edificio de microbrigada, un proyector, la bocina de un vecino, la corriente eléctrica de otra y el desenfado de un grupo de amigos han bastado para transfigurar en poco tiempo el paisaje nocturno de la zona costera y ofrecer a los habaneros una opción de recreación gratuita.
Ese es, justamente, uno de los principios de El Parqueo, proyecto que no fue diseñado exprofeso, sino que surgió como idea espontánea de Ixchel Casado y su círculo de amistades, recién graduados todos de carreras vinculadas con el arte y la comunicación.
“Hemos querido que sea gratis, es algo que en ningún caso variaríamos —declara Ixchel a Negolution—. Que la gente acceda libremente y tenga la libertad de decidir desde dónde ve la película. Nos interesa también intervenir el paisaje de manera efímera y luego desaparecer sin dejar huella. No hay una estructura física nueva en ese espacio para hacer las proyecciones, nosotros venimos a formar parte de ese paisaje y luego nos retiramos. Nos parece importante no violentar el entorno”.
Y aunque en sus inicios las proyecciones solo pretendían entretener, sobre todo a los niños que mataperreaban en las vacaciones, poco a poco El Parqueo fue adquiriendo un carácter comunitario con el que están muy de acuerdo sus gestores y que mucho agradecen los vecinos.
Los vecinos de la zona y de más allá, pues gracias a la consolidación de la iniciativa y a la promoción en redes sociales llegan hasta Miramar familias enteras desde los sitios más insospechados de la capital.
Tienen, eso sí, la ilusión de llevar las proyecciones a cuestas hasta otros lugares de la ciudad, en plan cine móvil. “La idea es que La Puntilla sea nuestra sede original, pero movernos hacia otros espacios —explica Casado—. Lo hemos logrado en dos ocasiones: una en la beca del Instituto Superior de Diseño como parte de un ejercicio de audiovisual de tercer año de la carrera, y otra en la escuela primaria de La Timba, en colaboración con el proyecto La Manigua. En ambos casos la experiencia fue espectacular, pero la gestión resulta complicada porque nosotros proyectamos en La Puntilla con tecnología que nos prestan los vecinos o amigos, pero no tenemos equipamiento propio”.
En ello pudiera ayudar el Fondo del Arte Joven (FAJ), que recientemente seleccionó a El Parqueo como uno de los emprendimientos de su catálogo. Haber conseguido este auspicio les permitirá adquirir los equipos necesarios para ganar independencia tecnológica, por lo que desde ya los gestores del proyecto hablan de un antes y un después del FAJ.
“El Fondo nos ha dado visibilidad, asesorías profesionales sobre conceptos como emprender y comunidad, nos ha mostrado cómo sostener el proyecto sin morir de la pobreza, porque hasta hoy somos nosotros quienes producimos los eventos, con nuestro dinero y nuestro tiempo —recalca—. Con la ayuda del Fondo hemos aprendido a pensarnos como emprendimiento, a buscar maneras de que las personas encuentren ofertas en este espacio y que eso ayude a que el proyecto sea llevadero para quienes lo organizamos”.
En contra de la sostenibilidad de El Parqueo tienen, como Cuba entera, la espada de Damocles de la emigración, un asunto que les impide plantearse metas a largo plazo y que los obliga a rotarse los roles al interior del proyecto. “Todos hacemos de todo según la necesidad, eso ayuda a que si alguien falta no se suspenda la sesión, nadie es imprescindible”, confiesa Ixchel.
De cuánto ha calado la iniciativa dan fe las imágenes publicadas en las redes sociales, que ilustran a las claras lo necesitada que está la gente de espacios de ocio asequibles y sanos; “porque no es solo ver la película, es que estás viéndola con el mar detrás, y estás sentándote en la tierra, en las piedras, eso hace que conectes con la naturaleza, porque no hay sillas, ni mesas, ni quioscos. Eres tú, la luz que se proyecta y el mar de fondo”.
Puede parecer simple, pero no lo es en modo alguno; aunque Ixchel y su tropa de jóvenes irreverentes juren y perjuren que no hacen falta enormes presupuestos: “La gente debe saber que ese proyecto al que vienen, que les gusta tanto y que les cambia la noche de sábado sin gastar un centavo, lo pueden reproducir en su cuadra sin mucha parafernalia —asegura—. Un grupo de personas puede hacer la diferencia en este país cada vez más caro, donde muy pocos pueden ir a un bar o a una discoteca. Si la gente se toma el trabajo de venir hasta aquí, es porque le faltan opciones”.
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