De emprendedores y sus estrategias ante el “ordenamiento monetario”
DE La Columna
Por: Ricardo Torres con la colaboración de Oscar Rafael Brito Carbonell
La situación del sector privado en Cuba en los comienzos del 2021 se puede caracterizar como muy desafiante, como consecuencia de la crisis económica, las restricciones asociadas al control de la COVID-19 y la implementación de la reforma monetaria y cambiaria. El lugar del “cuentapropismo” criollo en una economía como la cubana es controvertido. Una vez se levantaron las restricciones más onerosas para el despegue del sector en 2010, no fue necesario el establecimiento de ninguna tarea o campaña gubernamental para garantizar el crecimiento del sector. Fue un proceso generalmente espontáneo de identificación de oportunidades que estaban antes vedadas. El sector tiene que convivir en medio de una permanente contradicción: es tolerado como indispensable para el modelo económico, pero no es aceptado como un componente natural de este.
El “ordenamiento” monetario deja entrever claramente esta situación. Aunque uno de los objetivos de esta transformación es que las empresas estatales respondan a “señales de precios” mediante la alteración consciente de los precios relativos, las declaraciones oficiales indican menos tolerancia hacia un proceso similar en el sector privado. Si los precios van a transmitir señales adecuadas, entonces deben reflejar la realidad económica. Es un contrasentido esperar que no se produzca un aumento de precios, incluso más allá de lo que indican los cálculos oficiales. Por al menos tres razones.
En primer lugar, los aumentos observados en el sector estatal, incluyendo bienes y servicios básicos, han sido de varios órdenes de magnitud, y en muchos casos supera las 4,9 veces que crece la masa salarial (aunque el incremento no es homogéneo para todos los asalariados). Ésta indicaría que la preferencia de las empresas estatales ha sido hacia el máximo incremento posible, dentro de los límites establecidos por las autoridades. Se pretende garantizar utilidades, y traspasar ineficiencia en detrimento de los hogares. En segundo lugar, la escasez crónica presiona el alza de los precios en medio de un aumento notable del efectivo en el segmento de los hogares. Por último, es claramente entendible que los precios se ajusten más rápido en el sector privado, porque es donde único se verifica el funcionamiento del mercado, si bien precario y sujeto a graves distorsiones.
Dicho esto, las variaciones de los precios en los negocios privados no han sido ni uniformes, ni inmediatas, ni siquiera proporcionales a lo que se ha observado en el sector estatal. Ello responde a varias razones. En primer lugar, el sector ya operaba en un entorno donde imperaba la tasa de cambio 1 CUC=24 CUP, por lo que la devaluación no incide en los precios, en primera instancia. Sí lo hace a través de mayores precios pagados por insumos, y los salarios. En segundo lugar, muchos negocios, en dependencia de las características de su actividad, se “prepararon” para este escenario. Por ejemplo, acumulando inventarios. Ello no garantiza un aislamiento permanente, pero sí un “colchón” para los primeros momentos, que son decisivos. En tercer lugar, en ciertos segmentos donde operan dueños que son verdaderos emprendedores (no aventureros), se ha tomado nota de la necesidad de fidelizar clientes en tiempos turbulentos. Los clientes también se ven afectados por la crisis económica, o se marchan decepcionados de otros proveedores que se inclinaron inmediatamente por aumentar las cotizaciones. Una cuarta razón tiene que ver con la saludable activación de “reservas de eficiencia” que se dejaban de lado en las vacas gordas, pero se vuelven imprescindibles en las actuales circunstancias. La gestión de inventarios es una de esas alternativas, la optimización de procesos de producción para ahorrar energía es otra.
Una quinta alternativa se relaciona con el empleo. En muchos establecimientos, la especialización de la fuerza de trabajo es elevada. En la mayoría de las actividades de servicios, las características del trabajador determinan en gran medida la calidad del producto y por ende la satisfacción del cliente. En esas condiciones, muchos dueños han optado por mantener la plantilla a cambio de que sus trabajadores acepten el mantenimiento de los salarios anteriores. Contar con empleo seguro es una garantía en tiempos difíciles. Algunos dueños de negocios han ido más allá trasladando la noción a sus empleados que puede que haya empezado, aun de forma parcial, el enderezamiento de la pirámide. En condiciones “normales”, no podrían aspirar a conseguir ingresos desproporcionadamente más altos que ciertas categorías profesionales.
Sin prejuicio de lo anterior, lo cierto es que la realidad es muy variopinta, como lo son los negocios que operan todavía bajo la etiqueta de “cuentapropista”. No es lo mismo un emprendimiento unipersonal, que una verdadera “empresa” con decenas de empleados. Como tampoco lo es operar en La Habana que en una cabecera municipal del interior del país. Tampoco se gestiona de la misma manera un negocio de subsistencia que uno con posibilidades de expansión y acceso a economías de escala, u otro de base tecnológica.
Lamentablemente, el marco regulatorio no los distingue. Como tampoco genera previsibilidad y seguridad sobre el futuro. Ha sido bien descrito para experiencias similares que la falta de certeza sobre el futuro de los negocios fue un factor clave para estimular la miopía en las decisiones concernientes a estos, en lugar del comportamiento estratégico. Por ello, si las autoridades realmente pretenden moderar la dinámica de los precios, es conveniente entender el funcionamiento real de los emprendimientos y las condicionantes de aquellos comportamientos cortoplacistas y con sesgo rentista. Además, vale la pena dejar de lado la estigmatización estéril del mercado, ese mismo que ha sido demonizado hasta el cansancio y ahora se rescata para resucitar a la alicaída empresa estatal. Se podría, por ejemplo, acompañar las estrategias antes descritas con políticas de estímulo y acompañamiento de las autoridades, utilizando, por ejemplo, al sistema bancario, que ha sido uno de los grandes ausentes en esta nueva etapa, por lo menos, en lo que concierne al sector privado.